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El Trueque

  • Foto del escritor: Hallyu Colombia
    Hallyu Colombia
  • 31 oct 2024
  • 5 Min. de lectura

Escrito por Zaira Serna


(Sept. 30, 2024)

Ilustración: Ana / @a_qu_ma
Ilustración: Ana / @a_qu_ma

Pensando que a lo mejor sus dedos no aguantarían un mordisco más, Hyemi empuñó las manos y las ocultó en los bolsillos de la capucha con brusquedad. De inmediato un fuerte escozor le recorrió los nervios y el dolor intenso no se hizo esperar. Llevaba una semana entera comiéndose las uñas y de ellas no quedaba más que carne cruda y roja. Si uno se concentraba, lograba atisbar el blanco del hueso.


Con el corazón en los oídos y el estómago en la garganta, Hyemi atravesó la puerta de su recámara evitando ver el espejo, por si acaso eso se reflejaba allí. No obstante, estaba ahí, podía sentirlo, pisándole los talones y riéndose de ella. A donde quiera que fuera, siempre estaba ahí, al acecho, porque lo sabía.


El pensamiento le mareó y tuvo que correr al baño para expulsar la bilis, dejar salir el veneno y vaciar su interior. No importaba cuánto se negara a comer, cuánta agua se rehusara a ingerir, aquello salía de ella sin falta, espeso, cargado y de color negro. El sonido del líquido al caer sobre la cerámica le arrancó lágrimas. Lo escuchó reír, cada sacudida similar al sonido que hacían los huesos al romperse. Hyemi cerró los ojos y procuró despejar la mente. Si no lo veía, no estaba ahí. Si no estaba ahí, no existía. Tenía que creer su propio mantra, o perdería la cordura.


«Inhala, exhala. Inhala, exhala».

El timbrar del teléfono móvil le regresó a sus cinco sentidos, se incorporó de golpe. Corrió con los ojos aún cerrados hasta abandonar el baño y alcanzar el aparato, el identificador de llamadas revelaba un número desconocido, lo que significaba…

—¿Diga? —descolgó.

Al otro lado no oyó más que interferencia. Hyemi se mordió el labio y esperó. Quizá había perdido la línea, a veces pasaba.

—¿Hola? —apuró.

Hola.

¿Intrigado? 


Hyemi llevó la vista hacia el baño, esa cosa desagradable estaba ahí en el suelo, arrastrándose con sus largas extremidades, todas bañadas de una viscosidad negra que drenaba de sus poros como una herida supurante. El sonido que hacía mientras se levantaba le desató el horror: parecía ramas de árboles quebrándose o huesos rompiéndose y los gemidos largos y tormentosos hacian eco en las paredes.


Dándole la espalda, Hyemi apretó los dientes, usando todo de ella para no gritar. Ignorarlo ya no era suficiente, estaba en todas partes; y le seguiría a donde quiera que fuera, para siempre, como le habían advertido en un principio y, terca, decidió desoír.

La respiración se le aceleró cuando lo sintió más cerca, y ya había dado por terminada su vida cuando oyó que le hablaban por el auricular.


—…, nos comunicamos desde el Centro Médico Asan para informarle sobre la paciente Kim Eunji, ya que usted figura como único pariente cercano —la voz de la mujer se oía monótona, pero ayudó a que Hyemi se tranquilizara y volviera a Tierra, la presencia se había ido—. Ha habido una novedad en el estado de Eunji, es de urgencia que esté aquí lo más pronto posible, ¿puede venir ahora?

Hyemi movió la boca, pero la voz no salió de ella.

Tragó saliva y lo intentó de nuevo.

—Qué… ¿qué tipo de novedad? ¿A qué se refiere?

No tardes, Hyemi.


El teléfono se le resbaló de las manos y ella sacudió la cabeza para alejar esa voz gutural, queriendo estrellar su cráneo contra la pared para sacarla de su mente. Del oído le resbaló un material negro que le causó una arcada y le arrancó un grito. Tenía que acabar con ello, no soportaba un día más así.


Sin mirar atrás, agarró las llaves del auto del perchero y emprendió su marcha hacia el centro médico, donde su más antigua y preciada amiga yacía en su lecho de muerte. Por su culpa. Porque pensó que era divertido lanzarle una inofensiva maldición, solo por el hecho de que ella no creía en lo paranormal. Si hubiera escuchado a la chamana que le ofertó una vela negra con la forma y el tamaño de una cereza en la venta de garaje a la que había ido con Eunji, nada de aquello estaría ocurriéndole. Ocurriéndoles. Eunji no estaría postrada en una cama de hospital, sin piel, ni cabello… la forma más horrible en la que un ser humano podría acabar. Y Hyemi no estaría siendo acechada por esa cosa horrible que le arrebata el aire, el sueño y la vitalidad.


Le había dicho que cuando maldecía a alguien se iba a devolver de la misma manera, pero con el doble de peso. Ella se había reído y le había respondido que no creía en la magia, luego en la oscuridad de su casa hizo un deseo sin gracia y ya estuvo. 

Dos días después, cuando Eunji fue internada en el hospital al exponerse a un escape de ácido en su laboratorio de química. Quiso revertir las cosas, pero la vela había desaparecido, dándole lugar al horror que la acechaba a diario.


No reparó en si aparcó bien, mucho menos se molestó en comprobar si apagó el motor, sus pies la llevaron al interior del centro médico, recorriendo pasillos y subiendo escaleras. Con la mano en la nariz porque de pronto ese espesor negro se le escurría por la mandíbula y le resbalaba por los ojos. Nadie reparó en ella, nadie le preguntó si estaba bien, Hyemi solo percibía a aquella monstruosidad a sus espaldas, jadeando fuerte para darle alcance, sus pisadas como un bombardeo alrededor.


Encontró la habitación de Eunji y entró. El cuerpo de su amiga estaba cubierto de gazas y vendas que se teñían de rojo, no había ningún espacio que permitiera ver piel, pues el daño había sido irreparable. Hyemi jadeó y caminó hacia ella, la cosa tras ella se retorcía mientras reía.


—Eunji, yo… 

Se le cerró la garganta, y tardíamente se dio cuenta de las manos negras que le apretaban el cuello. Hyemi jamás le había visto el rostro, porque cuando lo intentaba, lo que veía le rompía el corazón.

—Eunji —forzó la voz y apretó las sábanas de la camilla—. Eunji, perdóname, es mi culpa. Es mi culpa que esto te pasara a ti. No sabes cuánto lo lamento. Si pudiera volver en el tiempo tomaría tu lugar, jamás habría deseado aquello.

¿Lo juras?


Hyemi dio un respingo y levantó la cabeza, horrorizada. Eunji estaba sentada con la cabeza girada hacia ella, las vendas que la cubrían caían una a una de su piel, exponiendo el rojo vivo y las llagas, secuelas del accidente. Y entonces Hyemi recordó por qué nunca abría los ojos cuando esa cosa estaba cerca: porque la primera vez que la había visto se le había parecido tanto a Eunji que el remordimiento aplastante se apoderó de todo su ser hasta consumirla por completo.


Se le agitó la respiración y las manos en su cuello subieron a su boca, forzándola a abrirla. De allí un líquido negro se le escapó y la atragantó. Hyemi soltó un grito desgarrador cuando todas las vendas se desprendieron del cuerpo de su amiga que extendió la mano hacia ella. Las vendas le cubrieron la cara, robándole la luz y sumiéndola en la oscuridad.


Kim Eunji observó el cuerpo podrido de su mejor amiga. Estaba tumbada en su cama en una posición de total rigidez, rodeada de un líquido negro que no paraba de salir de su cuerpo. Un ruido ronco y largo se le escapaba de la boca, pidiendo ayuda. Pero Eunji solo sacudió la cabeza con disgusto, dándole la espalda y cerrando la puerta.

Cuando se maldecía a una persona se iba a devolver de la misma manera, pero con el doble de peso.

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©2024 por Hallyu Colombia

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